“Cerati La Biografía” es el nuevo libro que acaba de ser lanzado el
cual fue escrito por Juan Morris, un
escritor y periodista reconocido en argentina. En este nuevo libro se relata
algunos de los momentos antes de que Cerati tuviera su accidente, relatos de
aquel 15 de mayo del 2010 en el campus de la universidad Simón Bolívar de
Caracas Venezuela.
Un diario en Argentina
publicó algunos fragmentos del ahora publicado libro en donde se pueden leer
aquellos difíciles y dramáticos momentos que se llegaron a vivir luego del
accidente cerebro vascular, el que le provocara un coma a Gustavo y así lo mantuviera por varios años.
A continuación podrás leer
un poco de dichos fragmentos publicados en Argentina.
“Media hora antes había terminado el último show del tour de Fuerza
natural por Latinoamérica y Estados Unidos. Gustavo estaba contento y agotado,
empezando a relajarse después de un mes y medio de aviones, hoteles, fiestas y
conciertos. Había sido una de esas noches en las que todo salía bien: el campus
de la Universidad Simón Bolívar de Caracas estaba lleno y la banda había sonado
como un organismo vivo y poderoso. Después de comer con el resto del equipo en
una de las carpas montadas detrás del escenario, el sonidista Adrián Taverna y
el guitarrista Richard Coleman acababan de entrar a su camarín para charlar un
rato. Eran sus más viejos amigos, se conocían desde comienzos de los ‘80, antes
de que Soda Stereo grabara su primer disco. Cuando terminaban los conciertos,
Taverna solía pasar un rato por su camarín para hablar sobre cómo había salido
todo. Era una especie de ritual. (…)
Afuera del
camarín general estaba lleno de gente y Taverna encontró al resto de la banda
organizando la foto grupal que sacaban cuando terminaban algún tramo de la
gira. Fernando Samalea, el baterista, estaba trepado a una silla de plástico,
acomodando la cámara arriba de un mueble para que disparara en automático.
Mientras se amontonaban según las indicaciones de Samalea, se dieron cuenta de
que faltaba Gustavo y alguien le gritó que fuera, que sólo faltaba él.
Gustavo
apareció a último momento y se paró atrás de Taverna. El primer disparo de la
cámara salió sin flash, así que Samalea pidió que nadie se moviera y se volvió
a subir a la silla para reprogramarla. Taverna se dio vuelta para decirle algo
a Gustavo y lo vio pálido, con los ojos desorbitados.
–¿Te sentís
bien? –le preguntó.
Gustavo
abrió la boca para contestarle, pero no acertó a decirle nada. Fue como si los
músculos de su mandíbula no encontraran las palabras. Entonces la cámara
disparó su flash y todo el equipo quedó registrado en la última foto de la
gira. A su alrededor el grupo se empezó dispersar y Gustavo caminó confundido
hacia su camarín. (…)
Pasó casi
una hora hasta que lograron desalojar completamente el lugar: no querían que la
descompensación se convirtiera en noticia. Un rato más tarde, dentro de la
ambulancia, mientras atravesaban los suburbios residenciales de Caracas a la
medianoche, Gustavo todavía parecía estar experimentando cómo el software de su
conciencia se enrarecía: estaba acostado en la camilla con los ojos abiertos
pero con la mirada perdida.
Dejaron atrás una zona industrial con fábricas, concesionarias de autos y un bingo abandonado antes de llegar al Centro Médico Docente La Trinidad. Cuando bajaron la camilla en la entrada del sector de Emergencias, se encontraron con que los pasillos estaban a oscuras: se había cortado la luz. Mientras avanzaban se cruzaron con una enfermera que les dijo que el grupo electrógeno del hospital sólo funcionaba para la terapia intensiva y los quirófanos, así que volvieron a cargarlo en la ambulancia y lo llevaron hasta otro centro de estudios de la ciudad para que lo atendieran.
Dejaron atrás una zona industrial con fábricas, concesionarias de autos y un bingo abandonado antes de llegar al Centro Médico Docente La Trinidad. Cuando bajaron la camilla en la entrada del sector de Emergencias, se encontraron con que los pasillos estaban a oscuras: se había cortado la luz. Mientras avanzaban se cruzaron con una enfermera que les dijo que el grupo electrógeno del hospital sólo funcionaba para la terapia intensiva y los quirófanos, así que volvieron a cargarlo en la ambulancia y lo llevaron hasta otro centro de estudios de la ciudad para que lo atendieran.
Una hora
después, cuando terminaron de hacerle los exámenes, lo volvieron a trasladar a
La Trinidad. Ya había vuelto la luz y lo dejaron unas horas en observación en
la guardia, pero como no presentaba ninguna mejoría ni los médicos tenían un
diagnóstico de su estado, a eso de las cuatro de la mañana lo alojaron en la
suite presidencial del tercer piso y llamaron por teléfono a un cardiólogo, que
les dijo que recién iba a poder ir a las diez. (…)
Al día
siguiente, Gustavo se despertó en la clínica consciente pero confundido. El
sueño no había tenido su efecto reparador y después de unas horas de
inconsciencia se sintió, por primera vez, en un cuerpo que no le respondía del
todo. No podía hablar y su costado derecho estaba entumecido, como si sus
funciones cerebrales estuvieran replegándose de una parte de su cuerpo.
Cuando
Taverna volvió a la clínica a media mañana, lo encontró acostado en la cama,
agarrándose el brazo derecho y tocándolo con curiosidad y cierta desesperación.
–¿Cómo te
sentís? –le preguntó.
Pero Gustavo
no respondió. Se tocaba el brazo, lo agarraba y lo levantaba sin conseguir que
se moviera. Un rato después se puso a golpear la baranda de la cama con la mano
izquierda con un ritmo fastidiado, lleno de impotencia.
En un
momento, se sentó en la cama y trató de levantarse, pero tenía varias cánulas
conectadas, así que Taverna tuvo que ayudarlo a caminar esos dos metros hasta
el baño. Cuando entró, se vio en el espejo, se quedó quieto y empezó a tocarse
la cara, extrañado. Lo miró a Taverna a través del espejo y después volvió a
mirarse.
La comisura
derecha de la boca se le había dormido y le daba un rictus de rigidez al lado
derecho de su rostro. Su cara ya no era del todo su cara.
Al mediodía
una enfermera entró a la habitación con la bandeja del almuerzo. Taverna le
dijo que no creía que Gustavo tuviera hambre, pero él le agarró el brazo fuerte
dándole a entender que sí. Entonces, Taverna le pidió que la dejara sobre un
mueble que había y agarró el control remoto de la cama para levantar el
respaldo y que Gustavo quedara sentado. Mientras el respaldo subía, no pudo
resistirse y se puso a jugar con los botones, volviéndole a bajar el torso y
levantándole las piernas: fue la primera vez en el día que la cara de Gustavo
adoptó un gesto parecido a una sonrisa. Finalmente Taverna lo dejó con el
respaldo levantado y le acercó la bandeja. Cuando la apoyó sobre la cama, le
sorprendió que sin tener todavía un diagnóstico sobre qué le pasaba a Gustavo
le dieran un menú común de caldo de verdura, pollo con salsa, ensalada y banana
frita.
Después de
tomar la sopa muy despacio, Gustavo agarró el tenedor con la mano izquierda y
trató de desmechar el pollo, pero sólo logró salpicar las sábanas con la salsa
y desparramar la comida. Taverna lo ayudó a cortar y Gustavo comió con la
voracidad de siempre. Su amigo pensó que tenía que ser una buena señal.(…)
A la hora
del té Taverna le preguntó si tenía hambre y Gustavo movió la cabeza indicando
que sí. Con Bernaudo, su asistente, trataron de averiguar qué quería comer.
Como le gustaban las arepas, le preguntaron si quería una. Gustavo volvió a
contestar que sí. Después le preguntaron si quería de carne, de queso o de
pollo, pero ya la comunicación fue imposible. Bernaudo fue hasta un puesto y
volvió con una de carne desmechada, una de queso y una reina pepeada, de pollo
y palta. Sentado en el sillón, Gustavo se comió la de carne desmechada y media
de queso. Cuando terminó, se acostó en la cama y le hizo una seña a Taverna
para que prendiera la tele.
Taverna
agarró el control remoto, prendió el televisor y empezó a hacer zapping hasta
que Gustavo le sacó el control y se puso a pasar los canales sin detenerse en
ninguno. —Pero pará en alguno —le dijo Taverna. Después de dar varias vueltas
por la programación con el control remoto, que sí le respondía y con velocidad,
dejó una película ya empezada. Era Dark City, un film noir de ciencia ficción
en el que el protagonista es acusado de asesinato pero sufre de amnesia y no
recuerda qué pasó, así que tiene que darse a la fuga para escapar de la policía
y, sobre todo, ganar tiempo contra su memoria: su cerebro lo está traicionando.
Mientras veían la película una enfermera entró a la habitación con la cena. Una
bandeja con un plato de fideos, otra sopa, una papa hervida y gelatina. Esa
noche se quedaron Charly Michel y la corista Anita Álvarez de Toledo, una de
sus mejores amigas. Taverna regresó al hotel pensando que al día siguiente iban
a volver a casa. (…)
La segunda
noche en la clínica Gustavo también durmió poco y, a la mañana, cuando las
enfermeras entraron a la habitación para controlar su estado, lo encontraron
sacudiéndose y agarrándose la cabeza con su brazo izquierdo. Tenía los ojos
apretados, como si estuviera sufriendo un dolor insoportable. Taverna llegó a
la clínica cuando unos camilleros estaban sacando a Gustavo de la habitación
para hacerle una tomografía y lo acompañó. En la sala, ayudó a levantarlo para
acomodarlo en la camilla de plástico y le sacó una cadenita con un parlante que
tenía en el cuello. Acostado en el tomógrafo, Gustavo se movía dolorido y los
enfermeros le pedían: —Gustavo, quédate quieto, por favor, quédate quieto. Como
no lograban que se calmara, le pidieron a Taverna que entrara y lo sostuviera.
—Ya está, Gus, ya termina —le dijo Taverna, pero Gustavo siguió
moviéndose, hasta que en un momento pareció quedarse dormido. Después lo
volvieron a acostar en la camilla y lo empujaron por los pasillos hacia otra
sala para hacerle un centellograma. Cada tanto abría los ojos muy despacio y
los volvía a cerrar. Cuando llegaron, la camilla no pasaba por la puerta y
Taverna tuvo que cargarlo. —Agarrate —le dijo. Mientras lo levantaba, Gustavo
tiró su brazo por atrás del hombro de su amigo. Taverna lo sentó en la máquina
donde le iban a hacer el estudio. Tenía la mirada perdida y la boca
entreabierta. Después del estudio lo volvió a cargar en la camilla, lo tapó con
una frazada y los enfermeros lo llevaron al cuarto piso para hacerle otro análisis.
Media hora más tarde lo dejaron en la habitación y decidieron avisarle a la
familia. Gustavo había sufrido un ACV y su cerebro se había inflamado tanto que
estaba haciendo presión contra el cráneo. Tenían que operarlo con urgencia”.
Por Mauricio Gómez Castañeda
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